04/05/2015
Dos tipos de residuos y al menos cinco versiones de contenedores.04/05/2015
Hay nuevos, viejos, grandes o chicos, según la zona; el gobierno porteño sostiene que el sistema de higiene se evalúa constantemente y eso motiva los cambios; en julio terminaría la renovación
De metal y tapa negra, plásticos, grises, verdes, celestes, soterrados, de carga horizontal, de carga vertical... La variedad de contenedores que forman parte delmobiliario urbano de la ciudad es amplia.
Hace un par de años, el gobierno porteño decidió que los residuos se dispondrían en contenedores. Sin embargo, aún no se terminó de definir cuál es la mejor tecnología para las calles: al menos cinco clases distintas de contenedores conviven entre los 19.000 distribuidos.
Los dispositivos fueron incluidos en la nueva concesión de residuos que comenzó a fines de 2014. El anuncio oficial indicaba que para este mes toda la ciudad contaría con contenedores, pero el plazo se extendió a julio. Para entonces, se supone que también habrá mayor uniformidad en los recipientes, algo que reclaman los vecinos para saber cuáles son para basura diferenciada y cuáles no, y si son sólo para grandes generadores de residuos o para domicilios particulares.
Las autoridades no creen que las diferencias entre los dispositivos generen malos entendidos. "El contenedor de basura se ha incorporado definitivamente. Su presencia implica una dinámica que nos obliga a revisar constantemente su funcionamiento. Siempre estamos probando nuevas tecnologías para optimizar el sistema", explicó el ministro de Ambiente y Espacio Público, Edgardo Cenzon.
Hoy, la mitad de la Capital está contenedorizada, según indicaron en el ministerio. La disposición en las calles varía diariamente. Los contenedores, que cuestan entre $ 15.000 y 20.000 (el valor incluye la amortización y el posible recambio) deben ser comprados por la seis empresas que prestan el servicio de recolección.
El tipo de contenedor que cada vecino tiene cerca de su casa depende de la zona y de la velocidad con que la empresa concesionaria los instala o los reemplaza. Por ejemplo, en el microcentro, en el área peatonalizada se pueden encontrar los soterrados. Son una especie de buzones distribuidos en grupos de a tres en calles como San Martín, Bartolomé Mitre o Marcelo T. de Alvear. La descarga está a cargo de la empresa Aesa. Se han instalado 120 de los 210 previstos.
A pocas cuadras de allí, sobre Leandro N. Alem, aparecen los contenedores negros con capacidad de 3200 litros. Son los mismos que mayoritariamente ocuparán las calles de la ciudad. En el centro no hay dispositivos para residuos reciclables; es necesario contactarse con la cooperativa de cartoneros que opera en el lugar.
Según Ambiente y Espacio Público ya se instalaron 17.100 contenedores metálicos nuevos de los 28.100 que se necesitan para recolectar toda la basura que genera la Capital.
En octubre de 2014 más del 60% de la ciudad estaba contenerizada, aunque sólo el 24% con depósitos metálicos. El resto eran con contenedores plásticos de 1100 litros de capacidad, que ahora están siendo reemplazados gradualmente.
"Los metálicos tienen una capacidad de 3200 litros, son más difíciles de vandalizar y de robar, y cuentan con un servicio completamente automatizado de carga lateral. Este sistema elimina las bolsas de basura en las calles y la recolección manual", indicaron en el ministerio.
El recambio es lento. En Núñez, Villa Urquiza, Colegiales y en muchas cuadras de Villa Crespo se pueden ver resabios de los recipientes plásticos que comenzaron a colocarse durante la gestión de Jorge Telerman, hace más de ocho años. Hay al menos cuatro versiones: los de pedal, los manuales y los grises. En las últimas semanas se sumaron otros con 3750 litros de capacidad con descarga vertical, lo que genera que se puedan instalar en ambas aceras.
Algunos vecinos no comprenden bien dónde deben depositar los residuos reciclables. Carolina Sierra, de Villa Crespo, deja sus residuos en Hidalgo y Ferrari. Su experiencia con los contenedores no es buena: "Siempre están llenos de basura adentro y alrededor. Proliferan cucarachas y ratas, más que con las bolsas", dice. En la zona no hay receptáculos con forma de campana verde para ese tipo de deshechos; si bien se disponen en bolsa separada, terminan en el mismo contenedor.
La instalación de campanas verdes está más retrasada. Las cifras oficiales indican que de las 7335 que se colocarán por ahora se han dispuesto 2312, el 32%. En las comunas del sur el proceso culminó y en Palermo muestra gran avance.
En Belgrano, donde se pueden ver varias instaladas, se está reformulando el plan. Eso, al menos, es lo que entienden los encargados. Walter Sauer llevaba hasta la semana pasada los reutilizables a una campana en la zona de La Redonda. Pero la retiraron y no la repusieron. "Ahora el material que se separa en el edificio se lo entrego a un cartonero", explicó.
Villa 31: ponen semáforos por el tránsito. 04/05/2015
Hay un mundo de gente en un envase pequeño llamado villa 31. Hay peatones que se cruzan delante de las zigzagueantes motos y hay perros con mal genio que las persiguen. Hay autos que aceleran en vías estrechas, entre casas de ladrillos sin revocar, y hay niños de caras sucias que se trepan a bolsones de arena a la vera de una calle, que ayer era de tierra y hoy tiene cloacas y está cubierta con una bendita capa de asfalto.
Las villas 31 y 31 bis, en Retiro, crecen a un ritmo vertiginoso. Tanto que la urbanización aportó una problemática desconocida en los asentamientos: el tránsito caótico. Días atrás, la Ciudad instaló los primeros tres semáforos en el límite entre ambos predios, separados por el eje de la autopista Illia, y también colocó reductores de velocidad para evitar accidentes con los peatones.
Ocurre que en los 8,3 km de calles de cemento -representa el 50% de la villa- las motos y los autos le dan un vértigo importante al barrio. Hay más vehículos y circulan más rápido. Y los vecinos también piden que se ordene... el estacionamiento. Entonces, el gobierno intenta organizar el tránsito en calles angostas que serpentean entre casas apiladas de hasta seis pisos y con una población de 40.000 habitantes. Porque si bien los límites de sus 15,5 hectáreas están condicionados, tienen vía libre (clandestina) para trepar en altura.
Hoy, más de 1500 autos transitan y duermen en las villas 31 y 31 bis, donde el metro cuadrado de una vivienda se vende a 1300 dólares. Y el alquiler de una pieza cuesta desde 2600 pesos mensuales. En algunas habitaciones de las más de 7000 precarias moradas, de 16 m2, viven- o sobreviven- hasta más de 15 personas. Incluso, cuentan con un servicio propio de transporte urbano: dos líneas de colectivo, no habilitadas, unen el extremo norte de la villa con Retiro. El boleto cuesta $ 3.
La calle 10 es una de las vías asfaltadas que conecta la villa 31 con la 31 bis. Allí colocaron dos semáforos, con dos luces: verde y roja. En algunos tramos, la calle se estrecha a 3,5 metros de ancho y puede circular un sólo vehículo, cuyos espejos retrovisores pasan a centímetros de las viviendas. Viviendas que durante el día permanecen con las puertas abiertas y la televisión encendida. Pero cuando cae la noche, sus moradores se encierran detrás de rejas y candados.
Viviana es una mujer de 21 años que aparenta bastante más edad de la que acusa. Está sentada sobre una pila de escombros en la manzana 15 de la villa 31. Juega con su hijo de dos años cuando una moto que casi atropella a un perro mal alimentado irrumpe por esta angosta vía. "Es necesario que pongan lomos de burro para evitar esto: ¡Mirá, mirá..! pasan a toda velocidad desde que hicieron el asfalto. Un peligro", dice la mujer. Y cuenta un insólito episodio. "Hace un mes y medio, un chico en una moto atropelló a un nenito, por acá nomás... El padre vio lo que pasó y, mientras la madre atendía a su hijo, el tipo entró a su casa, buscó un arma, salió y le pegó un tiro al que manejaba la moto. Le dio en el hombro. No lo mató de casualidad", asegura Viviana, nacida en Paraguay.
El Playón es la calle céntrica de la villa 31 bis, que desemboca en la cancha de fútbol "de los paraguayos". A media tarde, cuando los chicos salen del colegio, esta arteria se asemeja bastante a la más popular de las ferias argentinas, un domingo de primavera: aromas de panes y carnes cocidas se mezclan entre el paso de cientos de peatones, grandes y niños; de motos y bicicletas; de carros de cartoneros y de hasta algunos chicos en patinetas. Dos uniformados recostados dentro de un camión de infantería de la Policía Federal custodian la zona.
Allí, bajo la autopista Illia, en el cruce la principal y la calle 10, se instaló otro semáforo. Funciona con intermitencias. Éste es el punto más conflictivo para el tránsito. "En las calles, cuando tenés dos autos de frente, es imposible andar. El semáforo era importante para acomodar la cosa... ¿vio? Ahora no sé si todos lo van a respetar", dice María Yáñez, vecina de la 31, parada en la puerta de la pizzería El Sepillo, delante de la popular canchita de fútbol. Este lugar sirve de estacionamiento para unos cincuenta autos los días hábiles, mientras que sábados y domingos se disputan allí los clásicos picados de fútbol. En juego están el honor y la plata. Y hay veces que las discusiones aquí también se resuelven a los tiros.
El estacionamiento indebido dentro de la villa es otra de las nuevas quejas vecinales. Por aquí, donde la energía eléctrica es gratuita y no existe la red de gas, los autos de lujo contrastan ante tanta pobreza. Por qué hay un brilloso BMW negro estacionado delante una precaria casa, frente a la plaza de la villa 31, visitada por tantos políticos en campaña, es todo un misterio.
La villa demanda. En una reunión mantenida con la Ciudad, los nueve flamantes consejeros votados en las villas 31 y 31 bis (ver aparte) solicitaron la colocación de reductores de velocidad y lomos de burro. "La villa se está urbanizando. Es cierto. Pero algunos vecinos ponen escaleras en las calles y los autos no pueden pasar. Necesitamos que haya un inspector que controle todo esto", dice Marcia, habitante del barrio YPF.
Así vive hoy la villa 31, un mundo con reglas propias que reclama nuevas normas de convivencia. Toda una paradoja
Esperando la carroza: nada cambió en Versalles 30 años después.04/05/2015
El barrio donde se filmó la película conserva muchos de los escenarios; varios vecinos hicieron de extras
En el verano de 1985, la rutina de un rincón del barrio de Versalles se alteró por la llegada de un equipo de filmación. De pronto, empezó a hacerse costumbre que actores como Antonio Gasalla, Luis Brandoni o China Zorrilla se pasearan por la vereda y, por dos meses, el trajín de cámaras, luces, maquilladores y sonidistas reemplazó al tránsito impasible de la cuadra.
A treinta años de su estreno -el 6 de mayo de 1985-, los mismos vecinos recuerdan las anécdotas del rodaje de Esperando la carroza y recorren los escenarios, muchos de ellos conservados en el tiempo, que se hicieron famosos junto con Mamá Cora, el celebre personaje de Antonio Gasalla.
En Echenagucía al 1200 está la casa en la que Elvira -el personaje de China Zorrilla- se quedó sin agua para hervir los ravioles y en la que los cuatro hermanos Musicardi terminaron velando a la persona equivocada. "Doria [Alejandro, el director] tenía elegido el barrio para la película. La zona era tranquila y buscaba una casa vieja. Con su ojo de cámara, vio la mía y le gustó", cuenta Flavia Pérez, la dueña de esta vivienda construida por su abuelo asturiano, Jesús Manuel Álvarez, hace 90 años.
Es una tradicional casa chorizo y hoy la estructura se mantiene igual, aunque la fachada ya no está pintada de celeste y blanco, sino de beige, verde y naranja. También hay una placa donada por la Legislatura porteña que la identifica y orienta a los fanáticos de la película que van a sacarse fotos los fines de semana.
En esa cuadra, la calle sigue siendo empedrada, no hay negocios y tampoco pasan colectivos como el que casi atropella a Mamá Cora. La escena se filmó en la esquina de Lascano y Echenagucía, y el dueño del colectivo era Carlos Alberto Grau, un vecino de la cuadra. Era el interno N° 16 de la línea 108, que, como hoy, une Liniers con Retiro.
"El extra no sabía frenar, entonces Doria le pidió a mi papá que grabara la escena", recuerda su hija Fabiana. En la película, hay dos choferes: el que habla con Mamá Cora -el actor Miguel Ángel Porro, el mismo profesor que el año pasado denunció haber sido envenenado por una alumna en Villa Ballester- y el padre de Fabiana, que sale en la toma en la que el colectivo frena.
Al momento de la filmación, Fabiana tenía 18 años y cuando llovía, el equipo se juntaba a comer en el garaje de su casa, que está enfrente de la de Flavia Pérez. "Yo me moría por hablar con los actores, pero mi papá, que también actuaba, nos decía que no había que molestarlos cuando entraban en el personaje", cuenta.
BAJA PRESIÓN
Uno de los monólogos más recordados de China Zorrilla se origina cuando se queda sin agua ("Yo hago puchero, ella hace puchero, yo hago ravioles, ella hace ravioles. ¡Qué país!"). Según Fabiana, esa situación sigue siendo común: "Acá estamos a la altura de la cúpula de la iglesia de Flores, uno de los puntos más altos de la Capital, y el agua llega con baja presión".
En la cuadra de enfrente vive Gustavo Hass, de 56 años, que también recuerda detalles de la grabación. "Fue muy a pulmón y colaboró todo el barrio: el loro, las plantas, todo era prestado. En el velorio estaban todas las madres de mis amigos. Como la espera entre una escena y otra era larga, los actores conversaban con nosotros o venían a tomar el té. Hasta los bebes eran del barrio", recuerda.
De hecho, la "hija" de Susana y Jorge (Mónica Villa y Julio de Grazia) se crió a la vuelta de lo de Fabiana. Se llama Yamila Bruno, tiene 31 años y va a ser madre por primera vez el mes que viene. Las manos de su madre, María Cristina Gómez, son las que se ven en la escena en la que le cambian el pañal. "La película no deja de ser actual: qué hacer con los abuelos cuando se enferman y la familia tiene que hacerse cargo. Es una situación que le puede pasar a cualquiera", comenta María Cristina.
A apenas una cuadra, en Arregui al 6000, hay otra casa que en la película parece ser de un barrio completamente diferente: el chalet de Antonio (Luis Brandoni) y Nora (Betiana Blum). La fachada ya no tiene azulejos, sino ladrillos a la vista, pero la cochera subterránea de la que sale el Mazda color champagne sigue igual. Cerca de ahí, según recuerda María Cristina, vivía un santiagueño de Añatuya que era el dueño del loro de China Zorrilla. Hoy es la casa de sus nietos.
Al llegar a la esquina de Arregui y Lisboa, se ve la plaza Ciudad de Banff, la locación del comienzo y del final de Esperando la carroza. En sus veredas laterales de baldosas todavía rojas, Betiana Blum trastabilló con sus zapatos de taco aguja. Por el camino central corretearon Mamá Cora junto con otros ancianos del barrio en la escena final, mientras de fondo sonaba "Tengo una vaca lechera", de Feliciano Brunelli. Hoy es una pista para corredores.
LAS ESCENAS DEL BARRIO
• Durante la filmación, los actores pasaban el tiempo entre dos casas, ubicadas una enfrente de la otra: la de Echenagucía 1232, donde se desarrollaron la mayor parte de las escenas, y otra de enfrente, que la producción alquiló para el maquillaje de los actores y los cambios de vestuario.
• A pocos metros, en Echenagucía 1255, está la terraza desde la que Mamá Cora observó su propio velorio y se le cayó una pava mientras regaba las plantas y cuidaba a Osvaldito, el hijo de Dominga (Cecilia Rossetto).
• Además del velorio y de las discusiones entre los hermanos Musicardi y sus cuñadas, en la casa principal de Echenagucía 1232 también se grabó la escena en la que Felipe (Enrique Pinti) atendió una llamada telefónica mientras tomaba vino y se cayó de una silla. Estaba con su madre, recordada por la frase "¡¿Dónde está mi amiga?!". El rodaje se hizo en el patio trasero.
• Otra de las locaciones fue la casa de Susana y Jorge, en la que Mamá Cora arruinó la mayonesa de Susana para hacer flancitos. Está a unos 50 metros de la casa principal.

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